La contribución de los intelectuales en la construcción de una
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La contribución de los intelectuales en la construcción de una
La contribución de los intelectuales en la construcción de una identidad sudamericana Lincoln Bizzozero * 1.- Introducción: Este trabajo pretende realizar un aporte en un tema complejo y sensible referido a la contribución de los intelectuales en la construcción de una identidad sudamericana. El primer aspecto que surge es si efectivamente puede plantearse una contribución en un espacio que hasta hace pocas décadas era un referente geográfico y que hoy pasa a tener connotaciones geopolíticas. Una segunda reflexión atañe a si efectivamente pueden visualizarse determinados valores en el espacio sudamericano por los cuales se pueda comenzar a definirse la construcción de una identidad a los efectos de poder intercambiar en el sistema internacional con otras regiones y actores. Finalmente, otro aspecto que plantea interrogantes es el de la contribución de los intelectuales en los procesos regionales, lo cual amerita una reflexión específica desde el momento que los intelectuales no han acompañado con entusiasmo los regionalismos latinoamericanos. El trabajo se estructurará sobre la base de las preguntas y reflexiones señaladas. El siguiente apartado se interrogará sobre la pertinencia del concepto Sudamérica y las consecuencias que genera su inclusión en el lenguaje cotidiano. Estas consecuencias llegan a poner un punto de interrogación en cuanto a la continuidad del concepto América Latina frente al cisma que produjo el acuerdo de libre comercio en América del Norte (Gudynas, 2000). Un segundo punto tratará específicamente el alcance y características de la Comunidad Sudamericana en sus objetivos, pilares, instrumentos para llegar a los objetivos y propuestas. Este segundo punto permite visualizar una entidad sudamericana en formación a partir de los procesos regionales existentes y de otros antecedentes e iniciativas que están operando. Es por eso que el tercer apartado se interrogará sobre la efectiva convergencia de algunos valores en la construcción de la identidad sudamericana a partir del análisis de los dos procesos regionales que se encuentran vigentes, la Comunidad Andina de Naciones y el MERCOSUR. Finalmente, una vez contestados los pasos anteriores, se expondrá sobre la efectiva y concreta contribución de los intelectuales en la conformación de una identidad sudamericana. Las respuestas esbozadas sobre la contribución de los intelectuales dejan abierto el espacio para otras reflexiones en el devenir del proceso. 2.- ¿Hacia una modificación de las identidades culturales de la región? El concepto Sudamérica es antes que nada una noción geográfica que todavía no ha ingresado en los textos escolares y en los contenidos curriculares de los cursos dictados por los docentes en su referencia políticoestratégica y en tanto componente específico de la historia latinoamericana reciente. América Latina sigue siendo predominantemente el concepto abarcador de la identidad cultural de las distintas “Américas” y comunidades que se agrupan a partir del mestizaje. Las identidades culturales se conforman históricamente a partir de los condicionamientos que surgen de la geografía, de la tecnología y de la evolución humana en cuanto a las ideas predominantes sobre el desarrollo y las relaciones con el ambiente externo. De ahí que desde el mismo conocimiento por parte de Europa del Nuevo Mundo surja un primer desafío vinculado con la identidad del espacio conquistado desde el momento que la colonización que primeramente se concreta sobre la base de una confrontación de culturas posteriormente da paso a un mestizaje cultural. Los conceptos por ende son significativos en tanto dan cuenta de una visión del mundo tal cual se percibe y se entiende. América Latina fue el concepto que predominó durante el siglo XX sobre otros como Hispanoamérica, Iberoamérica o Indoamérica, que intentaron dar cuenta de esa nueva y diversa realidad de repúblicas independientes que surgieron durante el siglo XIX (Abud, 2005). Todos esos conceptos tenían su razón de ser, pero el que terminó predominando lo fue con un sentido definidor de lo “latino” en América para diferenciarlo de la América anglo-sajona. "América Latina" es un concepto francés del siglo XIX, que nació con el intento imperial de Maximiliano en México entre 1862 y 1865, con el objetivo de unificar a las naciones católicas y latinas de América para contrarrestar los nórdicos de origen anglosajón y protestante que obstaculizaban la influencia de Francia1. El concepto quedó registrado para definir la identidad de esta parte del continente americano, en contraposición con otras regiones del mundo. Ello ayudaba a diferenciarse tanto de la Península Ibérica, de la cual se había emancipado, como del imperio de América del Norte, que amenazaba con su designio de la doctrina Monroe "América para los americanos". De esta manera esta noción posibilitó congregar los dos mundos de la península ibérica en una identidad cultural, pero dejaba por resolver el sentido de identidad en tanto aporte y posición en el mundo en relación al otro (Zum Felde, 1943). 1 De acuerdo a Marras (1992), el primero en utilizarlo fue Michel Chevalier (1806-1879), escritor sobre temas de política económica, que buscaba legitimar el expansionismo de Napoleón III y detener a su vez el de los Estados Unidos sobre el continente. La definición América Latina siguió predominando en las décadas que siguieron a la segunda guerra mundial, a pesar de las diferencias étnicas y regionales que posibilitaban otras formas de aprehender la realidad y de aproximarse a ella. Además de los componentes étnicos, la posición geográfica (cercanía mayor o menor de Estados Unidos), el sistema políticoinstitucional y la organización que se dieron los sectores económicos fueron otorgando atributos distintivos. A partir de los años sesenta surgen los primeros procesos de integración regional que comienzan a delinear los objetivos de los países latinoamericanos y las nuevas fronteras e identidades regionales: por una parte los países de América Central que crean el Mercado Común Centroamericano y por la otra el resto de países latinoamericanos que conforma la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC). A su vez, hacia fines de los sesenta, en el marco de la ALALC, los países andinos fundan el Pacto Andino, planteando una identidad geográfica, que tiene un sentido económico –países de menor desarrollo en relación a Argentina, Brasil o México-, pero además cultural por las diferencias con los países predominantemente forjados sobre la inmigración europea (Argentina, parte de Brasil y Uruguay) o bien países “nuevos” (Brasil). Los procesos de apertura que se dieron en los noventa modificaron las bases sobre las cuales se planteaba el modelo de desarrollo, buscando cada país una inserción competitiva en la economía internacional. Los países en desarrollo fueron incentivados a modificar sus políticas económicas tradicionales, para abandonar sus demandas de un tratamiento especial y diferenciado y para otorgar reciprocidad total en sus relaciones comerciales. Las políticas domésticas y externas de los países en desarrollo fueron diseñadas para mejorar sus oportunidades de inserción en la economía global. En América Latina, luego de los ajustes estructurales que se procesaron con motivo de la crisis de la deuda externa en la década de los ochenta, el Consenso de Washington planteó, para la década de los noventa, una agenda temática de reformas a realizar, entre los cuales se propulsó una mayor apertura de las economías con vistas a la competencia internacional. Al quedar comprendidos la mayoría de los países del continente en un mismo esquema de reformas económicas y de adaptación, el tema de las posibles estrategias de desarrollo pasó a ser encarado fundamentalmente en función de las consecuencias que comenzaron a generar las iniciativas regionales de Estados Unidos en los procesos de integración latinoamericanos y en los países individualmente (Deblock, Brunelle, 1998). La respuesta regional se canalizó en América Latina a través de los procesos de integración ya existentes y se percibió como una de las vías a través de las cuales acceder a los mercados, a la obtención de inversiones y de tecnología. La orientación y contenidos de la respuesta regional fue condicionada por el regionalismo estratégico de los bloques económicos (en particular por las iniciativas de Estados Unidos) y por el patrimonio histórico de los procesos de integración ya existentes. La hegemonía histórica de Estados Unidos, la importancia que ha tenido ese mercado para muchos países de América Latina y el impacto que tuvo la Iniciativa para las Américas al inicio de la década de los noventa y con posterioridad el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y el ALCA derivó en que las respuestas desde los procesos regionales fueran en función de la agenda externa que enfatizaba en particular las reformas económicas y la no intervención del Estado. Los dos países que tuvieron una atención especial desde los inicios por parte de Estados Unidos fueron México y Chile. La consideración de estos dos países sirvió como modelo del posible camino a seguir para otros países de América Latina, pero la especificidad de los ejemplos hizo que esos países plantearan la definición de las opciones en términos nacionales y no exclusivamente regionales, por lo que contribuyó a la diversidad de caminos que se fueron construyendo. De esta manera, se fue concretando para este nuevo período histórico, una división geo-política que erosionó las bases sobre los cuales se sustentaba la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). México pudo continuar en ALADI por la interpretación de uno de los artículos del Tratado de Montevideo, pero su inclusión en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) echó la primera semilla de la conformación de un Acuerdo de Libre Comercio de América del Sur (ALCSA). Esta propuesta, que puso sobre la mesa Brasil en 1993, no planteó instrumentos ni bases sobre las cuales trabajar para llegar al objetivo. Por otra parte, la respuesta se planteó en el campo exclusivo del comercio, es decir que en ese momento Brasil visualizaba como respuesta al TLCAN, un ALCSA, sin plantear otros supuestos u otros contenidos temáticos al proyecto. De esta manera, los avances de Estados Unidos para articular los países de la región América Latina –Caribe llevaron a que las alternativas de los mismos en sus esfuerzos de búsqueda de acceso a los mercados, la tecnología, y la inversión como el elemento central de sus intentos de inserción en la economía global quedaran circunscritos a dos niveles: una fue la vinculación directa por parte de un país a través de un acuerdo bilateral con Estados Unidos (o posteriormente el Tratado de Libre Comercio de América del Norte-TLCAN) y otra fue negociar la inserción en alguna estructura regional. El aspecto a tener en cuenta desde una perspectiva de política internacional y de economía política es que Argentina y Brasil habían concretado diversos acuerdos de cooperación regional desde mediados de los ochenta que derivaron en el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) en 1991. La importancia del MERCOSUR se encuentra en su importancia estratégica y su significación en el conjunto de América Latina. Si bien en el mapa del comercio mundial el MERCOSUR representa poco más del 1% mundial y un PBI de alrededor de mil millones de dólares, no deja de ser significativo que constituya el área económica más importante de América Latina (54 % del total donde México representa el 19%) y la cuarta región del mundo luego de la Unión Europea, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y Japón. Por otra parte el MERCOSUR resulta relevante en su consideración e importancia estratégica por sus recursos naturales. En el caso de Brasil, la cuenca del Amazonas que cubre el 42% del territorio, representa el 20% de las reservas de agua dulce del planeta. A la importancia del Amazonas hay que añadir el Acuífero Guaraní que es uno de los reservorios de aguas subterráneas más grandes del mundo que recorre los cuatro países del proceso regional. La visualización de las dificultades de ser considerado por Estados Unidos en tanto país a ser incluido en una posible adhesión a un acuerdo de libre comercio, dejó a los países de América Latina con la alternativa de negociar desde los acuerdos regionales. Esta opción generó una cantidad de acuerdos multilaterales y bilaterales superpuestos y a veces contradictorios, que se plantearon concretar una convergencia a los efectos de una mejor negociación con Estados Unidos. Diversos factores llevaron a que el siglo XXI acelerara el proceso de regionalización y de “conciencia para sí” de América del Sur frente a los procesos de mundialización: los diferentes fracasos de las denominadas políticas neoliberales apoyadas por Estados Unidos, de los cuales el ejemplo más dramático fue Argentina, el estancamiento de las negociaciones multilaterales de comercio y sobre todo la convergencia entre la crisis energética, un mayor liderazgo de Brasil y el cambio en las prioridades de las agendas nacionales, en particular derivadas de las opciones de las sociedades2. De esta manera, la incipiente Comunidad Sudamericana es producto de un contexto histórico que se nutre de la tendencia a la regionalización en el sistema internacional en sus diversos ámbitos. Para llegar a la misma fueron factores desencadenantes el mayor protagonismo regional de Brasil, las insuficiencias de Estados Unidos que ha generado respuestas globales 2 La vinculación entre el relanzamiento del proceso del MERCOSUR y el estancamiento de las instancias de negociación internacional constituyeron el núcleo principal de la XVII Cumbre Presidencial que se realizó en diciembre de 1999 en Montevideo. En la Cumbre, los principales motivos para impulsar el MERCOSUR, que se adelantaron por parte del Presidente de Brasil, Fernando Cardoso, se remitieron al decaimiento de las instancias de negociación externa, en particular a las tres de significación para los países del Mercosur: la Organización Mundial del Comercio luego del fracaso de Seattle, las dilaciones del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas por el proceso electoral en los Estados Unidos y finalmente la demora en las negociaciones con la Unión Europea, debido a las dificultades en abordar el tema de los subsidios agrícolas. depredadoras, sin poder llegar a articular dinámicas articuladoras para impulsar el ALCA y los caminos recorridos por los procesos regionales, en particular el MERCOSUR. La Declaración de Cusco que viene a plasmar la idea de la Comunidad Sudamericana en la III Cumbre de Presidentes sudamericanos, se inserta en tanto identidad espacial y cultural en el seno de América Latina (y también del Caribe), con el objetivo de desarrollar un espacio sudamericano integrado, que fortalezca la identidad propia de América del Sur y que contribuya en articulación con otras experiencias al fortalecimiento de América Latina y Caribe y le otorgue una mayor gravitación y representación en los foros internacionales. Esa nueva entidad busca entonces un desarrollo específico como región, una presencia en el escenario internacional y el fortalecimiento de una identidad propia, lo cual deriva en dos consecuencias fundamentales en términos culturales: completa de definir el cisma de la América Latina del Norte con la América Latina del Sur y en segundo lugar abre el espacio para terminar de cerrar el cisma histórico luso-hispano que comenzó con la cooperación argentino-brasileña y el MERCOSUR y a partir del mismo abrir una instancia de concertación de las diferentes culturas existentes. 3.- Fundamentos e identidad de la Comunidad Sudamericana Plantearse el tema de la Comunidad Sudamericana implica definir su contorno, fundamentos y objetivos. De ahí que el paso previo para interrogarse sobre la identidad de la Comunidad Sudamericana es saber de qué se parte, es decir si tenemos antecedentes y fundamentos de la misma. La Declaración de Cusco, suscrita en diciembre del 2004, por todos los presidentes de los países de América del Sur, resulta en ese sentido esclarecedora: señala los fundamentos políticos y los valores comunes sobre los cuales se asienta y también define los objetivos explícitos hacia los cuales apunta. La Declaración de Cusco da cuenta de las raíces que han coadyuvado a conformar la Comunidad Sudamericana: la historia compartida y solidaria de las naciones que componen América del Sur desde las gestas de la independencia, un pensamiento político y filosófico, que ha asentado valores comunes y una identidad compartida, la convergencia de intereses políticos, económicos, sociales, culturales y de seguridad, el reconocimiento que el desarrollo solamente puede ser tal si incluye la dimensión social, el reconocimiento de las asimetrías entre las regiones para contribuir al desarrollo de las mismas como forma de desarrollar el proyecto comunitario, el combate a la pobreza y el acceso de todos a la salud y educación como herramientas de desarrollo, la identificación con los valores de la paz y la seguridad internacionales, la común pertenencia a sistemas democráticos de gobierno y a una concepción de gobernabilidad, sustentada en la participación ciudadana que incremente la transparencia en la conducción de los asuntos públicos y privados. Además de esas raíces comunes, se plantea la determinación en desarrollar un espacio sudamericano integrado y la convicción de que solamente la participación y protagonismo popular puede desarrollar los valores compartidos y el objetivo de la identidad son los fundamentos sobre los cuales se asienta la Comunidad Sudamericana. Los fundamentos sobre los cuales se asienta la Comunidad Sudamericana plantean también el delicado aspecto de los valores comunes y los objetivos hacia los cuales aspira, uno de los cuales es el desarrollo de esa identidad común. Los valores comunes, que señala la Declaración son: la democracia, la solidaridad, los derechos humanos, la libertad, la justicia social, el respeto a la integridad territorial, a la diversidad, la no discriminación y la afirmación de su autonomía, la igualdad soberana de los Estados y la solución pacífica de controversias. Esos valores comunes no son principios abstractos, sino que han sido parte de la construcción regional de las últimas décadas y han sido conquistas específicas, que de alguna forma se trasuntan en los desafíos de conformar un espacio integrado sudamericano. Los objetivos que se plantea la Comunidad Sudamericana son conseguir la cohesión social y el desarrollo de valores compartidos y la ambición de lograr una dimensión exterior. Para la consecución de estos objetivos se plantea impulsar algunos procesos entre los cuales, la concertación y coordinación política y diplomática, la profundización de la convergencia entre el MERCOSUR, la Comunidad Andina y Chile, al cual se asociarán Guyana y Surinam, la integración física y energética sobre la base de la profundización de las experiencias existentes, la armonización de políticas que promuevan el desarrollo rural y agroalimentario, la transferencia de tecnología y de cooperación horizontal en todos los ámbitos de la ciencia, educación y cultura y la interacción de las empresas y la sociedad civil en los procesos de integración. En otras palabras, la Comunidad Sudamericana se sustenta en el patrimonio histórico de los procesos regionales (MERCOSUR, CAN) y en la Iniciativa Regional que fuera planteada en la Primera Cumbre de Presidentes Sudamericanos y que tiene diversos proyectos en ejecución. Desde el punto de vista de los objetivos –definición de valores comunes e identidad regional, rol como actor en el escenario internacional-, lo que importa es el grado de desarrollo de esos valores en los respectivos procesos regionales y en particular en el MERCOSUR, espacio que como señaláramos concentra el mayor porcentaje de PBI regional, pero además porque es el lugar de encuentro de la tradición cultural ibérica que constituyó el primer cisma en el denominado Nuevo Mundo. 4.- Los valores en la conformación del espacio regional: La democracia, la solidaridad, los derechos humanos, la libertad, la justicia social, el respeto a la integridad territorial, a la diversidad, la no discriminación y la afirmación de su autonomía, la igualdad soberana de los Estados y la solución pacífica de controversias son los valores que dan sustento a la identidad sudamericana compartida que tiene como antecedente histórico el pensamiento político y filosófico. Algunos de estos valores son comunes de América Latina y constituyeron el soporte de los principios republicanos en las gestas de independencia y contribuyen a la afirmación de los Estados latinoamericanos en la escena regional e internacional (igualdad soberana de los Estados, no discriminación y afirmación de la autonomía). Resultan en cambio de interés algunos valores que se entroncan en las experiencias históricas recientes ya que han jalonado los procesos regionales y son construcciones en las memorias colectivas de las sociedades y de los pueblos. En esa dirección se encuentran la democracia, los derechos humanos y la justicia social, valores que si bien tenían su camino recorrido en la sociedad internacional, han comenzado a afirmarse recientemente en los países sudamericanos y en particular del Cono Sur, con posterioridad a las transiciones democráticas que se produjeron en la década del ochenta y comienzos del noventa 3. Si bien en esos distintos valores se ha ido manifestando una convergencia que lleva a un sustrato común sudamericano, los aprendizajes y experiencias han sido diferentes en los países del MERCOSUR y en los andinos. En ese sentido un elemento definidor en el impulso de algunos valores en el plano regional ha sido el eje de Argentina con Brasil, que conjuntamente con Uruguay generaron un activismo por la democracia, la paz y la no intervención externa a mediados de los años ochenta, echando las raíces de una apuesta diferente de América Latina en el escenario internacional. La relación de la democracia con la cooperación regional, la participación de la sociedad y el proceso de integración se planteó desde las primeras reuniones bilaterales argentino-brasileñas y fue consolidando el vínculo entre el régimen democrático y los procesos de cooperación e integración regional. En la Declaración de Iguazú, de noviembre de 1985, los presidentes Alfonsín y Sarney expresaron: “...los éxitos recientemente alcanzados por las dos 3 El cambio de régimen en Argentina se concretó en noviembre de 1983, mientras en Uruguay se realizó en marzo de 1985 y en Brasil también en 1985. En cambio en Paraguay continuó la dictadura de Stroessner hasta febrero de 1989 en que fue derrocado por un golpe de Estado para posibilitar un llamado a elecciones. Finalmente en Chile, luego de un plebiscito en que resultó triunfante la opción contraria a la continuidad del General Augusto Pinochet, se realizó un llamado a elecciones en diciembre de 1989 naciones en sus respectivos procesos de consolidación democrática han creado condiciones particularmente propicias para el perfeccionamiento de sus vínculos en los más variados sectores...” (Punto 16), para luego enfatizar dentro de ese espíritu, “su firme voluntad política de acelerar el proceso de integración bilateral, en armonía con los esfuerzos de cooperación y desarrollo regional” (punto 18). Al final de la Declaración los presidentes señalaron que “el proceso de democratización que vive el continente deberá conducir a una mayor aproximación e integración entre los pueblos de la región” (punto 32). El vínculo entre la democracia, la política exterior, los objetivos de paz y de una mayor aproximación en la región y la profundización de los procesos de cooperación e integración regional fue reafirmado en las distintas declaraciones que se sucedieron en la década de los ochenta. En los noventa, en el proceso del MERCOSUR las declaraciones de las cumbres continuaron reafirmando el vínculo indisoluble entre la democracia y la integración hasta que el Protocolo de Ushuaia de junio de 1998 estableció normativamente sanciones al Estado que se apartara de los principios democráticos4. La vinculación de los gobiernos democráticos de Argentina, Brasil y Uruguay con el Grupo de Contadora, mecanismo de concertación política regional para evitar la inserción de América Central en el conflicto bipolar y para buscar una resolución al conflicto existente, fue el escalón inicial que propulsó el ámbito de concertación política regional. La articulación de este tercer ámbito se fue construyendo a partir de la conformación del Grupo de Apoyo a Contadora, por iniciativa de Uruguay, donde representó un papel de primera importancia el Canciller de ese período, Enrique Iglesias. La conformación de dos niveles de concertación política regional -uno articulado sobre el conflicto de América Central y el otro sobre la deuda externa- derivó finalmente en la concreción del Grupo de los Ocho y posteriormente el Grupo de Río, que pasó a representar políticamente la región latinoamericana en el sistema internacional (Tomassini, 1988). El aspecto que interesa resaltar es que el Grupo de Río en su primera etapa, que va desde 1986 hasta los inicios de los noventa, enfatizó el tema de la consolidación democrática como aspecto fundamental para la paz y seguridad regional y además como pilar básico para el funcionamiento de la cooperación regional5. En otras palabras, durante ese período se fue 4 El vínculo democracia – integración fue reafirmado en la Cumbre de Las Leñas en junio de 1992 y en la Declaración Presidencial sobre Compromiso Democrático en San Luis, Argentina, en la Cumbre de junio de 1996. 5 El numeral 20 del llamado “Compromiso de Acapulco para la paz, el desarrollo y la democracia” que fue el resultado de la primera reunión del Grupo de los Ocho, antecedente gestando el proceso que terminaría consagrando el principio de legitimidad democrática como principio regulador de los distintos ámbitos de cooperación y concertación política de América Latina (Bustamante, 1996). La inclusión de la democracia en la agenda del Grupo de Río se debió también a que la Comunidad Andina lo incluyó como una condición esencial de participación en el bloque. El Protocolo Adicional al Acuerdo de Cartagena: Compromiso de la Comunidad Andina por la Democracia firmado en octubre de 1998 en Oporto estableció la plena vigencia de las instituciones democráticas y el Estado de derecho como condiciones esenciales para la cooperación política y la integración económica, social y cultural en la Comunidad Andina (CAN) y ratificó la Declaración Presidencial sobre Compromiso de la Comunidad Andina por la Democracia, suscrito en Santa Fe de Bogotá, el 7 de agosto de 1998. Esta prioridad temática por la democracia como pilar de la cooperación regional propulsada por el núcleo argentino-brasileño-uruguayo y que fuera incluido por el Grupo de Río y la Comunidad Andina de Naciones como tema fundamental, también fue incorporado en la agenda interamericana por la Organización de Estados Americanos (OEA). La vinculación entre la democracia y los procesos de cooperación regional se verían refrendados en la instancia hemisférica en el octavo período de sesiones de la Asamblea General, celebrado en Lima, Perú, el 11 de septiembre del 2001. En esa Asamblea General se aprobó la Carta Democrática Interamericana, que servirá para preservar, fortalecer y consolidar la democracia representativa en el hemisferio. La Carta, además de garantizar la preservación y la vigencia del orden democrático a través de un mecanismo gradual, transparente, legal y legítimo, según lo previsto en sus artículos 17 al 21, consolida una definición de la democracia dentro del sistema interamericano, reconoce el vínculo entre la democracia y los derechos humanos como una demostración más del progreso político y jurídico alcanzado en el hemisferio y destaca la relación evidente entre la democracia, el desarrollo integral y el combate a la pobreza. En la Asamblea General se señaló la continuidad de la Carta con el Protocolo de Washington aprobado por la OEA, que contiene previsiones para asegurar la defensa de los Gobiernos democráticamente constituidos contra los derrocamientos por la fuerza, el Protocolo de Ushuaia del MERCOSUR más Bolivia y Chile y los antecedentes de ese Protocolo en la gestación del MERCOSUR (Ricardes, 2001). del Grupo de Río, se menciona como uno de los desafíos en el esfuerzo de “concertación y desarrollo”, la “consolidación de la democracia y el respeto de los derechos humanos”. El tema de los derechos humanos también ha sido incluido como uno de los valores comunes de la región. En este tema lo que caracteriza la región es la común recuperación de la memoria colectiva en las violaciones de los derechos humanos efectuadas en distintos períodos históricos. La relación memoria-verdad-justicia, es el común denominador de comunidades nativas, poblaciones campesinas, sectores urbanos, luchadores sociales y políticos, familiares de desaparecidos, mujeres violentadas, niños y adolescentes abusados. En este aspecto la Comunidad Andina de Naciones ha dado un paso importante al aprobar la Carta Andina para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos en julio del 2002 y al reivindicar conjuntamente con la defensa de los derechos humanos universalmente reconocidos, la defensa específica de derechos humanos de la región. En esa dirección se incluyen a los pueblos indígenas y comunidades de afrodescendientes, señalando en particular la preservación y desarrollo de las identidades ancestrales a través del desarrollo de espacios sociales para el contacto, el diálogo e interacción entre esos pueblos y comunidades y el resto de las sociedades de los países andinos y a la reafirmación de las identidades y culturas. Además se incluyen los derechos de las mujeres, los niños, niñas y adolescentes, adultos mayores, emigrantes y sus familias, personas con discapacidades, personas con diversa orientación sexual, desplazados internos, personas privadas de libertad, refugiadas y apátridas. Por su parte el MERCOSUR ha conformado recientemente una Reunión de Altas Autoridades de Derechos Humanos en la estructura institucional y ha aprobado en la Cumbre que se realizó en junio del 2005 el Protocolo de Asunción sobre Compromiso con la Protección y Promoción de los Derechos Humanos en el MERCOSUR (decisión 17/05). En noviembre del 2005 se realizó en el marco de la Reunión de Altas Autoridades de Derechos Humanos del MERCOSUR un seminario sobre la Memoria, tema que congrega a las sociedades de los países del Cono Sur. Si bien el MERCOSUR ha incorporado recientemente en la agenda política el tema de los derechos humanos, debe consignarse la activa participación de la sociedad civil en rescatar los temas de la memoria colectiva vinculados a la historia reciente de las sociedades de la región e incluir temas del presente cotidiano relacionados con la propia dinámica del proceso regional. En ese sentido ha surgido como expresión regional un Observatorio de Políticas Públicas de Derechos Humanos en el MERCOSUR que agrupa diversas organizaciones de la sociedad civil de los países y se ha constituido en portavoz regional. Un tema que convoca y que lleva a una convergencia entre los países a los efectos de intercambiar experiencias sobre las políticas sociales y las posibilidades de plasmar planes conjuntos es el crecimiento de la pobreza en la región. Este dato que se encuentra en la base común de potenciar la dimensión social de los procesos regionales, ha sido un tema común en la región en los inicios del siglo XXI. En este tema, la Comunidad Andina ha dado un paso importante al aprobar recientemente el Plan Integrado de Desarrollo Social (Decisión 601 aprobada en septiembre del 2004). El combate a la pobreza no es un objetivo del proceso regional, pero está vinculado estrechamente a los resultados que se obtengan y a la meta de alcanzar un desarrollo sustentable. El Plan Integrado de Desarrollo Social (PIDS) se transforma así en la primera respuesta integrada de un bloque regional frente al agravamiento de la pobreza en los países de la región y las respuestas que se han otorgado a nivel internacional (Objetivos del Milenio y Propuesta de reducción de la pobreza). De esa forma, los países andinos se posicionan como bloque regional para complementar esfuerzos en los programas nacionales de combate a la pobreza definiendo a su vez algunas áreas sensibles para el desarrollo como son las regiones fronterizas y algunos sectores prioritarios como son la educación y la salud. El Plan se integra en la agenda social del proceso de integración en la medida que constituye una estrategia social comunitaria que tiene el propósito de encauzar acciones de alcance subregional (actividades, proyectos y programas) que enriquezcan y complementen las políticas nacionales de superación de la pobreza y la inequidad social. El énfasis es puesto en proyectos vinculados a la salud, la educación y el empleo productivo, pero además se incluyen otras propuestas de carácter transversal, dada la concepción integral del PIDS, que lleva a promover propuestas de estrategia sobre biodiversidad, política de integración y desarrollo fronterizo y desarrollo rural (SELA, 2005). En este Plan se aplica el principio de subsidiariedad, que implica que las instancias regionales actúan solamente en caso de que los objetivos perseguidos puedan conseguirse mejor a través de la intervención comunitaria que nacional. Además del principio de subsidiariedad, otros principios que se encuentran incluidos en el Plan son el de solidaridad, que implica el reconocimiento de que la colaboración entre las cinco naciones permitirá alcanzar metas que sería imposible que alcanzara cada una por separado y el principio de cohesión que significa la estructuración de un espacio social sin grandes disparidades en los niveles y vida y las perspectivas de un progreso social de las naciones y de las distintas regiones, son reafirmados en el Plan y en las líneas y prioridades expresadas. El proceso de integración del MERCOSUR ha desarrollado la dimensión social a través de la canalización y la participación de la sociedad civil (Bizzozero, 2000). La participación se ha realizado a través de distintos ámbitos como es el caso del Foro Consultivo Económico y Social, la red de Mercociudades que ha concretado la creación de numerosas redes temáticas, entre las cuales se ubica la de desarrollo local, a través de instancias institucionales como lo es el MERCOSUR educativo y otras redes de actores de la sociedad civil. Sin embargo, en lo que concierne las desigualdades regionales y nacionales, el bloque no había concretado acuerdos básicos y operativos hasta muy recientemente, en que los cambios de gobierno en Argentina y Brasil promovieron una inclusión de prioridades sociales e institucionales en el proceso (Bizzozero, 2003). Finalmente, tanto el MERCOSUR como la Comunidad Andina de Naciones han dado pasos significativos para que los espacios regionales sean zonas de paz y seguridad. En ese sentido, el MERCOSUR aprobó la Declaración Política del MERCOSUR, Bolivia y Chile como Zona de Paz y la Comunidad Andina de Naciones aprobó el Compromiso de Lima: Carta Andina para la Paz y la Seguridad – Limitación y Control de los Gastos destinados a la Defensa Externa. La convergencia entre los dos procesos regionales no se agota en estos valores, sino que efectivamente se ha propulsado una aceleración de los tiempos, en que además de los temas propios de la inserción competitiva en el mundo se incluyen aspectos sociales, culturales y ambientales y se toma en cuenta la dimensión de la(s) memoria (s) para comenzar a armar de manera renovada la identidad de Sudamérica y aportar desde la misma al mundo. 5.- Los intelectuales, Sudamérica y la contribución en el armado regional Los intelectuales tienen diversos desafíos que se les irán planteando en el proceso de regionalización. Los desafíos pueden llegar a ser oportunidades y favorecer cambios en la gestión de las organizaciones, los temas prioritarios y las instituciones regionales. La contribución de los intelectuales es tener capacidad de respuesta a estos diferentes desafíos que podrían agruparse en los siguientes ítems: la consideración de un nivel global-sudamericanoregional-nacional en la perspectiva analítica, la (adecuada) articulación del nivel sudamericano, la capacidad de generar los cambios necesarios vinculados con la gestión en la organización, la participación en instituciones regionales para su cuidado institucional y normativo, la definición de prioridades temáticas y su adecuada consideración institucional y de contenidos y finalmente la identificación del intelectual con el cuidado de los valores en los ámbitos en que desarrolla sus actividades a través de una actitud de compromiso y servicio. La participación de la sociedad civil resulta de vital importancia en la construcción de los procesos regionales, tal cual han manifestado los presidentes sudamericanos en la Declaración de Cusco. En la sociedad civil se encuentran las instituciones educativas, en particular las Universidades, pero también diferentes Organizaciones de la Sociedad Civil identificadas con diversos temas que atañen a los procesos regionales y que tienen además una impronta regional. El intelectual antes que nada debe incrementar sus capacidades analíticas globales para poder incluir a la región en la perspectiva sudamericana y poder pensar ese espacio en términos de contenidos concretos y propuestas estratégicas. Ello sea que el intelectual se encuentre en una institución universitaria o bien en una organización de la sociedad civil que tenga como funciones el desarrollo una perspectiva regional como podría ser el de un Observatorio de la Sociedad Civil. El Observatorio así como cualquier emprendimiento que tenga características regionales deberá incluir la dimensión global en sus análisis y ello posibilitará también la perspectiva regional. En la medida que los intelectuales son partícipes de diversas instituciones, el otorgar contenido a los valores sudamericanos pasa por articular las instancias ya existentes en la Comunidad Andina y en el MERCOSUR y comenzar a intercambiar entre las mismas en sus respectivos ámbitos de competencia, buscando las afinidades sectoriales y disciplinarias. Este primer objetivo que puede parecer sencillo de realizar, es complejo en la medida que implica el armado de un tejido de redes temáticas y sectoriales en términos sudamericanos. En otras palabras, los intelectuales en su perspectiva estratégica de gestión y políticas institucionales deben agregar al nivel local-nacional y regional del CAN o MERCOSUR, el sudamericano. Esta perspectiva de armados horizontales en el espacio sudamericano debe acompañarse necesariamente de una articulación vertical de los espacios ya existentes con el horizontal. En otras palabras, solamente integrando los distintos niveles –el local, nacional y regional- se puede pasar al sudamericano para efectivamente ir armando, con la participación efectiva de los distintos niveles en el ámbito correspondiente, los valores sudamericanos. Esto quiere decir también, que el intelectual debe absolutamente cuidar los distintos niveles participativos a los efectos de poder escuchar adecuadamente las propuestas y sugerencias en cada uno de los mismos y poder transmitir con la debida claridad la versión final que surja. Ello implica que el intelectual debe tener capacidades de integrar equipos con perspectivas disciplinarias y abordajes diferentes y de trabajar con perspectivas que integren lo macro-micro desde la transdisciplinariedad. La inclusión de temas regionales en la administración de las organizaciones nacionales, por el efecto del impulso regional a procurar una gobernabilidad frente a diversos asuntos que comenzaron a escapar de la exclusiva consideración nacional, provoca cambios que en algunos casos son más permanentes. Lo que resulta de importancia es que estos cambios necesarios por el devenir de los acontecimientos pueden ser canalizados por el intelectual proveyendo los recursos humanos e institucionales necesarios para que puedan capacitarse y formarse. Esta respuesta no depende exclusivamente de los intelectuales, porque los mismos están acotados por un contexto institucional y presupuestal determinado que limita el margen de acción. La cuestión delicada de por sí es que el intelectual puede canalizar la dirección y cambios partiendo de una estructura y aprovechando el déficit institucional y humano que acompaña esos momentos. En definitiva, la respuesta de gestión institucional implicaría incluir canales de consideración regional en el ámbito y promover y proveer al desarrollo de recursos humanos mediante capacitación específica. Otro ámbito de importancia donde los intelectuales pueden contribuir es en la construcción del nivel institucional y en el ordenamiento normativo. Se suelde dejar este ámbito para algunos juristas y políticos, cuando este nivel representa uno de suma importancia por el cuidado que se debe tener de la salud del proceso. Este ámbito que puede visualizarse como exclusivamente técnico, tiene otras facetas en los que el intelectual debería resultar muy importante a la hora de construir identidades, en particular la comunicación, el acceso a la información, la transparencia y la generación de canales y oportunidades para la participación de la sociedad civil. Cada uno de estos puntos específicos –acceso a la información, comunicación, transparencia, generación de canales para la participación de la sociedad civil- resulta de importancia a los efectos de poder promover el compromiso y la participación. Si bien la Declaración de Cusco alude a la importancia del protagonismo de los pueblos, el intelectual tiene el desafío de saber canalizar desde su ámbito de acción y competencia la articulación vertical-horizontal a distintos niveles, incluido el nacional para forjar capacidades locales en los temas de importancia y coadyuvar a otorgar contenidos en los valores del espacio sudamericano. Algunos ejemplos en la construcción del MERCOSUR abonan en la dirección señalada: los intelectuales han sido llamados por los gobiernos en distintos momentos para reflexionar críticamente sobre las instituciones y bosquejar propuestas y se ha ido incorporando la idea de que las Universidades de la región deben participar del proceso regional. La firma de un convenio de varias Universidades públicas de la región con la Comisión Parlamentaria Conjunta del MERCOSUR va en la dirección del compromiso institucional y de los intelectuales con un órgano regional de la estructura institucional. La contribución de los intelectuales para la definición de prioridades temáticas y sectoriales surge como una consecuencia natural e ineludible de las capacidades analíticas en la articulación global-sudamericano-regional. Ello requiere que el intelectual tenga acceso a la información y de ahí la importancia de las reivindicaciones en el nivel global por una mayor apertura en la sociedad de la información, pero además implica necesariamente un acceso en los niveles regional, nacional y local. Aun cuando puede entenderse que se planteen niveles de confidencialidad en el proceso de decisiones y en algunos temas, cada vez más la sociedad exige acceso a la información. El hecho de que todavía varios documentos de interés específico para las sociedades de la región del bloque MERCOSUR continúen siendo confidenciales van en desmedro del protagonismo y el compromiso solicitado. El intelectual debe ser el primero en demandar las necesarias aperturas para que pueda accederse a la información. El acceso a la información posibilita además generar las sinergias y acumulación necesaria para posibilitar avances en la organización del espacio común, en el adecuado tratamiento de los temas, lo cual posibilita un círculo virtuoso entre las instituciones, los intermediarios en los canales de participación y la sociedad. La Declaración de Cusco no plantea instituciones para ir conformando el espacio sudamericano ya que los instrumentos están definidos en los bloques e iniciativas existentes. Sin embargo, debe enfatizarse la importancia de ir generando institucionalidad que consolide los avances registrados: es la única manera como ya se ha visto en la experiencia del MERCOSUR de ir consolidando el tejido regional y otorgar credibilidad institucional y jurídica y además sustento y legitimidad democrática. En ese sentido, la construcción institucional en sí, tal cual se señalara anteriormente resulta de suma importancia. La definición de prioridades temáticas y sectoriales se encuadra en determinadas dimensiones definidas por los Presidentes en la Declaración. Ello significa una atención especial a la dimensión política, social, ambiental además de la económica. También implica partir de la condición humana que es el referente principal en la construcción del espacio sudamericano, como se enfatiza en materia de derechos humanos. Esas dimensiones se encontrarán entonces transversalmente en diferentes ámbitos e instancias y abarcará los diferentes temas. Un ejemplo de este tratamiento transversal de temas en diferentes instancias surge del recientemente aprobado “Plan del Sector Educativo del MERCOSUR 2006-2010”, donde se plantean cinco objetivos estratégicos que atraviesan los distintos niveles educativos (básico, tecnológico y superior), pero además donde se incluyen temas que son condiciones y objetivos del proceso regional. En ese sentido, el primer objetivo estratégico del Plan señala: “Contribuir a la integración regional acordando y ejecutando políticas educativas que promuevan una ciudadanía regional, una cultura de paz y el respeto a la democracia, a los derechos humanos y al medio ambiente”. Como se señalara, la inclusión de este objetivo implica que en los distintos niveles educativos se plantearán acciones educativas y de capacitación en materia de derechos humanos, democracia y medio ambiente, lo cual implica ir forjando una identidad específica en esos temas que articule el pasado con el futuro en el tiempo presente. Finalmente, el intelectual para esa contribución debe estar identificado con el cuidado de los valores en los ámbitos en que desarrolla sus actividades a través de una actitud de compromiso y servicio. Ello marca una diferencia en relación al compromiso intelectual de otras décadas: en el presente, la aceptación del intelectual como de otros actores, es una prueba del día al día en que la credibilidad y aceptación para la construcción de los nuevos espacios regionales y las nuevas dinámicas comunitarias constituyen los pilares necesarios. La credibilidad del intelectual pasa por su actitud de servicio social y compromiso con el hombre y con todos. Es ese respeto hacia la memoria ancestral, la historia de los pueblos sudamericanos, de sus realizaciones y sufrimientos, hacia el entorno ambiental y humano que carga diferentes memorias para armar que no se olvidan, que abre las puertas para construcciones diferentes. Ese desafío para el intelectual significa una superación de los egos al apelar al entorno, el erradicar los prejuicios mentales para abrir el espacio a los valores legados de la madre tierra y el saber escuchar por sobre todo las voces que nos han transmitido algunos maestros en la los tiempos. BIBLIOGRAFÍA Eduardo Abud (2005) “Algunas consideraciones sobre la génesis de la identidad en Hispanoamérica” Divergencias. Revista de Estudios lingüísticos y literarios. Vol. 3, número 2, otoño. María Cristina Araújo Azarosa (1989) “Alberto Zum Felde y la identidad de la cultura sudamericana” Comunicación presentada en el 1er Encuentro de Filosofar Latinoamericano “Problemática filosófica del Uruguay de hoy” Montevideo, 9 -10 de septiembre Andrés Bello (1981) Obras completas (Caracas, Fundación La Casa de Bello) Lincoln Bizzozero (2000) La construcción de la dimensión social en los nuevos regionalismos. 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Investigador del Programa de Política Internacional y Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. Profesor del Instituto Artigas de Servicio Exterior del Ministerio de Relaciones Exteriores. Consultor del Observatorio de Políticas Públicas de Derechos Humanos en el MERCOSUR.
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